PATAFISICA Y COCODRILOGIA
Antes de entrar en este mundo me
resistí todo lo que pude, llegué a patalear a un cocodrilo de más de cinco
metros que se empeñaba en meterme en un calcetín azul. Al final lo consiguió y
una serpiente me trasladó hasta este limitado lugar del que por suerte se sale
al que le llaman vida humana. De pronto unos seres muy extraños me miraban y
hacían muecas con la cara pero no eran nada agresivos comparados con el
cocodrilo que acababa de dejar en el otro lado.
Qué lugar más extraño, me dije,
vamos a ver que encontramos para subsistir sin molestar a nadie. Pero no era
posible, había otros seres muy despistados y sofocados que muy serios iban y
venían disfrazados de colores rojos y azules tapando no se qué cosa. Algunos
parecían muy listos pues otros les escuchaban sus barbaridades desconectadas de
la realidad, pero seguían sin reír. Levanté mi copa para brindar por una
cocodrilogía más extensa y colaborativa que nos ayudara a retornar rápido a
nuestra casa del otro lado, pero a los habitantes del sótano azul no les gustó
la idea.
Cambié de hogar y fui al rojo
pero vi como la supuesta escenificación histriónica aletargaba a los pobres
despistados que se pasaban horas y horas filosofando para alimentar su estomago
y vaciar su cerebro. Les propuse trascender pero sus risas escasas, sus mentes
planas y su visión lineal les arrebataban, sin que se dieran cuenta, la única
vida falsa que tenían todavía.
Me puse a reír en medio de tanta
seriedad porque un colugo amigo de mi homúnculo se paseaba por la sala sin que
le vieran. Le pregunté si me quería ayudar a abrir los ojos a los dormidos que
había allí pero el colugo se puso a reír dando por entendido que los pobres
humanos no se enteraban de nada. Me dijo:”Solo respiran y comen, la actividad
cerebral es mínima, prácticamente utilizan la misma que yo cuando voy de un
árbol a otro”.
Así las cosas mi homúnculo me
propuso ir de compras salvajes sin medida ni control. Y me dijo:”Estamos en
fiestas y mi brebaje verde se agota, dispón una orgia de homúnculos y colugos
en lo alto de la montaña helada para que los humanos que no se enteran oigan reír
las ballenas y vean como los coches cambian los motores de gasolina por helados
de chocolate y pistacho en el templo de los ignorantes de blanco y negro”. Así sea, le contesté.